Un grupo armado asesinó a la madre de Mery Caicedo en Tumaco
Mientras que a ella, a su padre y sus tres hermanos los obligaron a huir del municipio. Hoy, con 28 años, la nariñense trabaja para sanar a otras víctimas y alejar a los jóvenes de su región de las armas, la guerra y las drogas.
Hay días en los que pareciera que ni el cielo quiere llorar a sus muertos y menos cuando estos son el producto de una violencia reciclada. Hay días en los que esa tierra de Nariño da la impresión de que se guarda en silencio el dolor de un pueblo que implora que llueva paz. Días como los que ha vivido Tumaco, días como los de Mery Caicedo.
Tenía 20 años cuando le dijeron, “Mery, mataron a tu mamá”. Al otro lado del teléfono estaba su tío dándole la peor noticia que había recibido. Sus 20 primaveras para ella, en ese momento, habían sido solo inviernos. ¿Cómo seguir?
Esa tarde del 5 de enero del 2009, Mery había quedado de encontrarse con su madre, Rita Cecilia Montaño, para asistir a la procesión que todos los años realizan en Tumaco en honor a Jesús de Nazareno, pero hombres, que aún la justicia no ha podido identificar, decidieron que la cita celestial de las dos debía posponerse. Desde entonces a Caicedo solo la mueve la fe.
Ocho años después, Mery ha tenido que narrar en primera persona la historia de cómo la guerra casi termina con todo lo que un día planeó en un lugar en el que los jóvenes tienen prohibido volar, crecer, ayudar.
El grupo armado que asesinó a su madre la desplazó a ella, a su padre y sus tres hermanos. “Se tienen que ir de aquí o los matamos a todos”, le dijeron a su familia. Y así lo hicieron. Dejó atrás una finca en la vereda Inguapí del Guayabo y dos casas en el casco urbano de Tumaco. Llegó a Bogotá sin nada, huyó como si hubiera cometido un crimen y su condena fuera ser errante en un ciudad de todos y de nadie.
Tumaco era su Egipto, pero la tierra prometida no existía para ella. Su ciudad ha vivido al mismo tiempo todas las modalidades del conflicto armado y allí nada ha sido producto del azar. Mery, como muchos jóvenes en su región, ha tenido que decidir entre un falso dilema: vivir o matar.
“Ser joven en Tumaco es complicado porque si uno no tiene un criterio sólido, puede terminar en las drogas o hacer parte de los grupos ilegales o terminar trabajando como raspachines de coca”, cuenta Mery.
Caicedo se graduó como ingeniera agroindustrial el El 24 de junio de 2017 después de alejarse de la universidad para poder trabajar. Y aunque nunca ha vuelto a la finca en la que vivía con su familia, tiene proyectos de regresar. Su idea es mejorar y darle valor agregado a los productos del campo y continuar el legado de sus padres.
Hoy tiene una reflexión para todos los jóvenes: “Mi mensaje es que siempre hay oportunidades y caminos buenos para nosotros. Las oportunidades están, solo que que las cosas que valen la pena cuestan y cuestan mucho”.
Desde la asociación ayuda a otras víctimas a alcanzar la sanación mediante prácticas ancestrales como el canto, cuentos y danzas, y brinda apoyo psicosocial a quienes, como ella, han padecido la guerra.
Fuente/Semana.